Así encontré a mis jugadores.
Gente normal. Qué alivio.
Me costó animarme a ir a las jornadas de la Pathfinder Society debido a lo que yo llamo mi fobia social, y los que me conocen mis manías de los cojones. Pero tenéis que entenderme: ¿jugar con desconocidos? ¿Yo? Si mi único miedo a la hora de tener hijos era que me cayeran mal. Imagínate lo que podría ser eso, tener a alguien que no soportas viviendo contigo los próximos 30 años de tu vida, siendo optimistas. ¿Por qué arriesgar? ¿Por qué ir a un sitio lleno de desconocidos a dirigirles una partida si a lo mejor uno me caía mal, o todos, que no sería la primera vez? Llamémosle valor, llamémosle arrojo, llamémosle llevo más de dos años sin salir de casa y ahora mismo me apuntaría al desfile del Orgullo Gay. El caso es que tras esta primera experiencia he sacado una serie de conclusiones, apasionantes, como todas mis conclusiones.
En primer lugar: el rol igual no se muere, pero los roleros vamos de cabeza. Madre mía, cómo está la juventud, (aunque sería más correcto preguntarnos madre mía, ¿dónde está la juventud? Porque allí no). Qué despliegue de alopecia, miopía y sobrepeso. El asistente más joven conoció los discos de vinilo. Luego nos atrevemos a opinar sobre los gustos de los roleros que empiezan, y les sacamos 15 años al que menos. como comprenderéis ese ambiente de decrepitud me resultó muy reconfortante. Da gusto juntarse con gente de tu edad y poder hablar en los descansos de cosas guais como el Euribor, la hipercolesterolemia o los colegios concertados. Y una sola tía. Ahí lo dejo, lectoras. Si es que tengo alguna, que lo dudo.
En segundo lugar: somos 4 gatos. Sí, la llamada rolesfera, los blogueros roleros, lo que sea, la comunidad que hace ruido, los pesados de "que vuelva Radio Telperion", somos 4 gatos. Entre los que había reunidos en Gen-X y los del SGRI que estaban cerca de allí poniéndose hasta las trancas (volvemos al tema de la salud y la juventud) estábamos el 75% de los adalides del rol. Llega a derrumbarse el techo del sóntano de Gen-X y ahora mismo estaríais leyendo el Marca.
En tercer lugar: el master malvado. Puede que peque de ello pero... ¿tiene sentido jugar contra un master que no sea malvado? Y quiero hacer hincapié en "contra". Puedo entender que existan masters buenistas pero sólo si estás jugando a Houses of the Blooded o Princesas Disney, en D&D me parece inadmisible. Llevas a los malos. Eres malo. Tu única función en la vida es matar a los personajes jugadores y reirte de forma malvada (esto último, no quiero pecar de vanidad, pero creo que lo clavé). Es más, tienes una responsabilidad para con las criaturas que manejas y el tipo que las diseñó. Si estás en una habitación con ríos de lava y resulta que la malvada de turno tiene un látigo y la dote Improved Trip, que no valen ni para tomar por culo a no ser que estés en una habitación con ríos de lava, es tu deber utilizarla. Y reirte cuando funciona. Si los jugadores notan oposición van a sentir muchísimo más placer cuando superen los desafíos que les has planteado. Eso es así como que hay Dios. O una energía. O algo.
La camisa de cuadros desmerece, pero esa es la actitud.
Bueno y, sí, la experiencia positiva, claro.