Afirmar que la sociedad española está medio gilipollas no es algo que sorprenda a estas alturas de la película, pero siempre es divertido encontrarse con pruebas materiales de ello. Desde que tengo hijos soy más consciente de lo que estamos haciendo con las generaciones venideras y del provincianismo que exuda nuestro sistema de educación, un sistema hecho por y para acomplejados que se mueren de ganas de demostrar al resto de Europa que nosotros más. ¿Ellos aprenden a leer a los 6? Nosotros a los 4. ¿A multiplicar a los 8? Nosotros a los 6. Y todo bilingüe, todo en inglés, hasta el nombre de las provincias españolas porque somos unos putos paletos.
A todo esto hay que añadir el énfasis que se hace sobre el "trabajo en casa", que es como llaman ahora a los deberes de toda la vida. Yo no sé a qué gaitas dedican el horario lectivo, porque parece que todo el sistema educativo se sustenta en tener a los críos haciendo deberes toda la puñetera tarde, y el sábado y el domingo enteros. Nos encontramos así con la curiosa paradoja de que un adulto no puede trabajar más de 40 horas semanales, algo que palidece en comparación con el número de horas que tenemos a los niños con el culo pegado a la silla rellenando fichas.
En la imagen, un niño desarrollando su hábito de trabajo
y el amor por la cultura y el aprendizaje.
¿Lo mejor de todo esto? Que estáis todos de acuerdo. A todos os parece bien y creéis firmemente que anular la infancia, el juego y el aburrimiento es fundamental para crear hábitos de trabajo. Sí, todos vosotros. Ahora no hagáis como que no. Alcé mi voz contra los deberes en una reunión de padres en la que, no sólo no recibí el apoyo de ninguno, sino que además hubo varios que apoyaron este espíritu del trabajo que alejará a nuestros hijos de las calles, porque el ocio lleva al juego y, de ahí a los porros, sólo hay un rato de parque.
Evidentemente, lo de hacer deberes no es algo que salga de los niños, que antes prefieren morderse los padrastros mientras miran una hormiga comiéndose a otra; así que esa responsabilidad, ese "hábito de trabajo" recae en los padres, cuyo papel en la educación de sus hijos queda relegado a ser una mezcla de ogro y profesor particular. Los niños no sólo no quieren hacer la tarea sino que, además, les resulta imposible hacerla, no ya sin ayuda de un adulto, sino de toda una comunidad de padres unidos en un grupo de whatssap destinado a desentrañar los endiablados acertijos planteados por el profesorado. Acertijos como éste:
Este ejercicio tuvo a los padres de veintipico niños en jaque durante todo el fin de semana. Por favor, no dejéis de ampliar la foto para poder disfrutar de maravillosos detalles como el dibujo número 2, que no es una V encima de una O, ni un monóculo, ni un anillo, es una medalla. O en la maravillosa obra de cubismo tardío que es el dibujo número 3, del que se especuló que podía ser la cabeza de un tornillo o un robot que había perdido un ojo y resultó ser una pastilla. Pero mi favorito entre todos ellos es el dibujo número 6, que representa algo fundamental para la educación de los niños de 6 años: un cigarrillo. Sí, nuestros hijos deben ir familiarizándose ya con el tabaco porque, ¿a qué edad se fuma en otros países de Europa, a los 18? Son unos mierdas, pues entonces nosotros a los 6. Pero no contentos con esto atentos a la palabra que tenían que aprender nuestros pequeños: no la palabra "cigarrillo", ni "cigarro", sino "pitillo", algo más informal, más jovial, más adecuado y cercano a los jóvenes. Supongo que en lecciones venideras aprenderán también otros sinónimos como "trujas", "tolfi" o "cilindrín".
Y esto es eso tan importante que tienen que aprender en casa, eso con lo que adquieren sus hábitos de trabajo: pastis y pitis. Y de paso vamos introduciendo también "bellota" por si en el futuro, cuando abandonen el colegio a los 16 porque ya están hasta la gorra, deciden bajarse al moro para sacar unos eurillos. Sólo puedo decir: bravo.
Me ha quedado largo, ¿no? ¿Aún hay alguien ahí? ¿Hola?